Historia de la cocina argentina
Podemos
decir que la gran influencia española e italiana a argentina, le ha cortado la
creatividad a la gastronomía actual. Durante toda la época colonial y durante
el siglo XIX se comía mucho y en forma muy variada.
En las casas de familia, los platos básicos
eran la olla podrida, así se llamaba al puchero, una gran cantidad de
vegetales, mucha mandioca, las carnes asadas y los pescados de río. Los licores (vinos y brandis) venían de
ultramar y las infusiones eran dominio del conocido mate.
Las
excepciones eran algunos toques afrancesados en las clases urbanas más
acomodadas y, en la sociedad rural y el interior, los locros, las empanadas y
las humitas siguieron teniendo una fuerte presencia.
Aunque
la impronta decisiva haya sido obra de la cultura italiana, cabe señalar que
alemanes, británicos y judíos de diversas nacionalidades también aportaron lo
suyo. Por el contrario, las comidas
españolas pasaron a identificarse como tales.
Ellos
trajeron no sólo platos y recetas, sino hábitos sociales vinculados con el
comer, como las pastas familiares de cada domingo, impusieron el culto al
aperitivo.
El
primer gran asentamiento de la cocina italiana en el país tuvo lugar en la
ciudad Capital, más precisamente en el barrio de La Boca. Desde allí se desparramó por todo el
territorio nacional una lista interminable de ingredientes y hábitos
gastronómicos: las pastas en toda su gama de posibilidades desde los argentinos
tallarines hasta los ñoquis, los ravioles y los canelones, la pizza, la fainá,
las milanesas, los helados, los risottos, la preparación de pescados de mar y
mariscos, en esto, los españoles también hicieron lo suyo, el consumo de frutas
secas, la salsa de tomates en todas sus variedades, el pesto, la afición por el
aceite de oliva y las aceitunas.
Antes llegaban jamones y embutidos españoles,
pero eran de consumo limitado, el gusto por los quesos y la difusión masiva del
vino, por sólo mencionar algunas de las ingesta más habituales de estas
latitudes.
Después de los italianos, la mesa de los argentinos cambió. El bife y el asado siguieron estando en el
centro de esta sociedad carnívora, pero las pastas y las pizzas no se quedaron
atrás.
El
plato convocante entre amigos y familiares dejó de ser el puchero al superarlo
la pasta del domingo, con los ravioles a la cabeza, incluso en familias o zonas
del país sin influencia italiana directa. Con el paso de los años fueron
creándose actividades artesanales y gastronómicas muy prósperas: cuántas
fábricas de pastas frescas sobreviven incluso hoy, pese a la difusión de los
supermercados; en cuántos restaurantes no se pueden comer pastas, y cuántos
millones de pizzas siguen comiéndose hoy por año en la Argentina, pese a la
actual obsesión por la alimentación diet y el estar flacos.
Aunque resulte
difícil creerlo, el otro comer social y familiar de los argentinos, el asado de
fin de semana, es una costumbre
posterior a la de las pastas del domingo, pues su popularización se verifica a
partir de la década del 50, simultáneamente con la aparición de las barriadas
suburbanas en los alrededores de Buenos Aires y ciudades provincianas
El
bife con ensalada, puré o a caballo, las milanesas con papas fritas, el asado y
la parrillada, unas pocas especies de pescado y preparados casi siempre en
filetes a la romana o enteros en escabeche y al horno, las distintas variedades
de pastas, la pizza, el puchero, las empanadas, las ensaladas , casi siempre de
lechuga, tomate y cebolla, los helados, el flan con crema o dulce de leche, los
panqueques y el queso y dulce sintetizan a la perfección las opciones casi
excluyentes de los argentinos a la hora de comer.
Vino,
cerveza, sidra, champagne, aguardiente, coñac y whisky fueron las bebidas; y el
café, después de almorzar o comer, con leche a la hora del desayuno y en la
merienda, y sobre todo en cualquier momento del día, para conversar con amigos,
para hacer tiempo o leer el diario, tuvo un solo competidor, el mate.
Después
del 50 aparecieron los primeros antecedentes
del fast-food, pues así deben considerarse los grills que invadieron las mejores esquinas de todas
las ciudades del país.
Los
snacks bares sepultaron a los viejos copetines al paso, las hamburguesas
aseguraron su presencia y los heladeros ambulantes comenzaron su tránsito hacia
el baúl de los recuerdos.
El
orgullo local quedaba reducido a los mejores bifes de chorizo del mundo, y todo
ese sentimiento empezó a ganar fuerza justamente porque en Europa y en los
Estados Unidos ya se estaban dando los primeros pasos de la internacionalización
gastronómica.
En la
Argentina, en cambio, el mundo parecía estático y se sentía que aquí siempre se
comía bife con ensalada o papas fritas, asado, algunas pastas, unos pocos
pescados, siempre guisados de la misma forma, y milanesas.
Debió llegar la década del 80 para que
algunos cocineros se animasen a ciertas innovaciones. Se abrieron algunos restaurantes de catálogo,
demasiados pretenciosos todavía.
Y la historia continuara demostrándonos que día a día, que la cultura gastronómica va variando según la sociedad.
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